Al abrir la puerta del balcón, lo vi sentado en un rincón, mirando al vacío con los ojos muy abiertos. Tenía una sonrisa en los labios. En ese momento, pensé que ese gesto solo podía ser el de un loco. O el de un sabio.
-¿Qué haces?- le pregunté.
Me miró como si mi existencia lo sorprendiera. Seguía teniendo ese brillo en los ojos.
- Pensaba en el tiempo. El tiempo es maravilloso. La gran maravilla del hombre.
Lo dijo como si debiera tener sentido para mi. En un intento por acercarme a él, me senté a su lado. Desde ahí esperaba verlo más cercano, más humano quizá. No lo conseguí, había alguna cosa en su expresión que me perturbaba.
-¿Qué quieres decir?- pregunté, casi dudando si quería una respuesta.
Entonces abrió los brazos, y, en un gesto teatral que casi me saca un ojo, giró las manos con fluidez.
-¡El tiempo!- dijo casi gritando.- Es un gran concepto. Piensa en ello: ¿Hay acaso otro concepto parecido al tiempo en nuestro conocimiento? Algo intangible, que nuestros sentidos apenas pueden apreciar. Una idea artificial, creada por el hombre, que a la vez la naturaleza respalda con su imponente avance. ¡El tiempo!- gritó de nuevo, cerrando los brazos y mirándome.- ¿Se te ocurre algo parecido? ¿Algo que sintamos igual?
Aparté mis ojos de él. Ahora era también su discurso el que me perturbaba. Pensé algo que responderle:
- ¿El espacio? Parece un concepto parecido.
Enarcó una ceja, como si hubiera dicho la mayor estupidez.
-El espacio… ¡Ni remotamente! El espacio puedes sentirlo. El espacio puedes verlo. El espacio… ¡El espacio puedes comprarlo! Eso es lo más importante, el espacio, o parte de él, puedes poseerlo. En cambio, el tiempo, no puedes poseerlo. ¡Piensa! De todo lo que crea el ser humano, todo lo que idea, ¿Cuántas cosas no puede poseer?- dejó de mirarme y volvió la mirada al vacío, para mi propio alivio.- El amor, podría ser un buen competidor. El amor no se puede comprar.-
Intentando, quizá acabar con ello, le di la razón.
-Ahí lo tienes, el amor es un concepto parecido al tiempo.
Resopló, negando con la cabeza. ¿Por qué no me iba? ¿Por qué seguía sentado ahí? Ese habría sido un buen tema sobre el que disertar.
-El amor -prosiguió – no se puede comprar, cierto. Pero se puede poseer. Uno posee amor. Además, es algo finito e individual. Hay gente con amor, y gente sin ella. El concepto del amor empalidece al lado de el del tiempo. El tiempo es algo concebido como casi infinito. Algo que afecta a todo ser, viviente o no. Uno no posee el tiempo. En todo caso, es el tiempo el que posee a uno. Piensa,- repitió- ¿Hay algo tan grande como el tiempo, que nos posee en lugar de poseerlo nosotros, y que tiene presencia en todo?-
Contesté de forma automática lo único que se me ocurría, la verdad es que apenas entendía lo que me preguntaba.
-Bueno, está Dios.
De nuevo, posó sus ojos en mí. Esta vez lucía una sonrisa más afable, tranquilizadora.
-Ciertamente, Dios es un concepto parecido. Omnisciente, todopoderoso, no se puede poseer… Pero la diferencia radica en su existencia. La base de su ser. Dios, es un concepto también creado por el hombre al observar su entorno, en lo que coincide con el tiempo. Pero Dios… - hizo una pausa y dejó de sonreír, volvía a mirar al vacío- es un concepto infinitamente más relativo que el tiempo. Para un creyente, Dios existe, junto a sus cualidades. Para un no creyente, no existe, perdiendo sus cualidades divinas. En cambio, el tiempo… Es un concepto, si cabe, más universal. Es el Dios primigenio.
Paró un largo rato. Durante ese tiempo pude verlo. O creí verlo. Vi el Tiempo en él, con su vacío y su poder.
De repente me miró con el gesto ausente y dijo, casi en un susurro:
-Encuentra a alguien que no crea en Dios, y tendrás ante ti una persona corriente. Pero si encuentras a alguien que no crea en la existencia del tiempo, entonces…- paró y se volvió de nuevo, mirando a la lejanía- entonces tendrás ante ti a una persona tan grande como el concepto en que dice no creer.
Después de aquello no habló, se limitó a cerrar los ojos y pensar, encerrado en su pequeño mundo, marginándome en la realidad.
Pasaron días hasta que mi mente volvió a aquel instante.
Pensé en sus ojos vacíos, en la rapidez de sus palabras y en la artificialidad de su gesto. Y después en su comparación del tiempo con Dios.
Cuando era más joven, había oído en clase de religión que había gente que era poseída por demonios. Esa gente hablaba con otras voces, y poseían la sabiduría y la perversidad del mismo Satán.
También los había que eran poseídos por ángeles o vírgenes santas. Algunos, incluso, eran poseídos por el mismo Dios, y este, a través de sus bocas humanas y terrenales, daba sus órdenes y designios a algunos elegidos.
Una idea descabellada pasó por mi cabeza.
¿Y si el Tiempo lo había poseído?
¿Y si, ese gran concepto, común en la humanidad desde sus principios, había tomado una forma humana?
¿Y si, cansado de ser una idea, medido con relojes e incontables fórmulas matemáticas, hubiera decidido poseer, realmente, al ser humano?
Imaginé al Tiempo y lo que vería. Gente robando su tesoro, malgastándolo. Personas dedicando sus días, sus horas, sus minutos y segundos a temas triviales y sin sentido.
Imaginé al Tiempo, y lo vi enloquecer.
Engullido por la locura de ser humano.
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