dimecres, 22 d’octubre del 2014

Síntesis cíclica de la soledad.



Alguna vez me has pedido que te lo explique de forma más concreta. Es difícil. Podría decir que es como una fina película que recubre tu piel, e impide que sientas el tacto de los demás. Es como ruido blanco que te impide prestar atención a lo que oyes. Es como una televisión encendida cuando tienes que estudiar, en la que no emiten nada bueno, pero a la que, inexplicablemente no puedes parar de echar cortos vistazos.

No me siento solo porque quiera sentirme así. No ha sido una elección. Te puedo prometer que no lo ha sido ni por acción ni por omisión, pues he intentado dejar de sentir eso. Es algo que viene conmigo, forma parte de mí. No creas que estoy usando el “nací así” como excusa. Es más bien una sentencia, o la aceptación hace tiempo esperada de una situación que creía poder eludir.

Siempre me he sentido solo y siempre me sentiré solo. Con ‘siempre’ no me refiero a ‘en cada momento de mi vida’, sino más bien a una intermitencia continuada. Por supuesto, no me siento solo mientras duermo, y aún no he sentido la necesidad de tener a alguien conmigo mientras hago mis necesidades. No es un ‘siempre’ en todo su sentido, per retiene parte de él. Joder, si lo entiendes, bien, si no, no veo otra forma de explicártelo.

Hablando de entender, lo que más te suele costar es el cómo. Siempre acabas haciendo –tú y muchos otros- la misma pregunta: “¿Cómo puedes sentirte solo con tanta gente alrededor?”

Ya sé que es una pregunta con trampa. Quizá no seas consciente –quizá sí- pero esta pregunta la haces más por ti que por mí. La hacéis más preocupados por vosotros mismos que por la persona a la que preguntáis. Porque cuando alguien te cuenta que se siente solo, surge la inseguridad. Te preguntas si es por tu culpa. Mentalmente, repasas cada una de las cosas que has hecho por esa persona. Entonces viene la rabia. Te cabrea que esa persona no haya tenido en cuenta lo que haces por ella, que no te haya tenido en cuenta a TI al pensar que se siente sola. Es un pensamiento egoísta por tu parte, pero, irónicamente, este proceso de ideas te hará tachar de egoísta a la otra persona.

No hace falta que niegues haber sentido esto al escuchar mis inseguridades. Es un proceso natural.

Volviendo a la pregunta de “¿Cómo puedes sentirte solo con tanta gente alrededor?”, o, reformulada sinceramente: “¿Cómo puedo sentirme solo teniéndote a ti?”

Alguna vez me has pedido que te lo explique de forma más concreta. Es difícil. 


dijous, 9 d’octubre del 2014

Teoría del Reflejo


El lugar olía a incienso. Un olor dulzón, penetrante, casi floral. Cerré la puerta del ascensor y, casi de inmediato, volvió a subir con un ruido grave y reverberante.

Tenia ante mí metros y metros de pasillo. La única luz procedía de unos pequeños focos alineados sobre la pared izquierda, cada uno iluminando un espejo de distinto marco. Nunca me ha gustado verme reflejado, en parte por una autoestima malograda, en parte también por una aversión natural. Intenté centrarme en el suelo, de baldosa blanca, o mirar la otra pared, empapelada en negro con finas líneas grises.

Pero mi atención volvía a ellos, siniestros dobles que me sostenían la mirada. Así fue mi esfuerzo en no mirar lo que hizo que tardara tanto en darme cuenta.

Habiendo andado un rato, y temiendo que el pasillo no tuviera fin, miré a mi izquierda y vi algo que no alcancé a entender: una cicatriz cruzaba la mejilla de mi Reflejo. Instintivamente, me toqué la cara, pero no noté nada. Alarmado, retrocedí hasta el espejo anterior. Esta vez, no había cicatriz, sino un pequeño aro perforado en su labio.

Anduve, casi corrí, hacia delante de nuevo y el patrón se repetía: desde cada marco, una versión ligeramente distinta de mí mismo devolvía mis gestos. A medida que avanzaba, los cambios eran más notables. A veces un cambio se añadía al anterior, convirtiendo ese reflejo en alguien completamente distinto a mí. En su mayoría, ellos –a veces ellas- eran ‘Yos’ que podrían haber sido, pero también los había que fueron. Los había que serán. Pero los más perturbadores eran los que podrán ser, las caras de los caminos que aún podía y puedo tomar.


Tardé horas en alcanzar el final del pasillo, y, allí, otro ascensor esperaba. Entré, cerré la puerta y, casi de inmediato, subió con un ruido grave y reverberante.