divendres, 5 d’agost del 2016



Me despierta una sensación de calor en la cara. Un rayo de sol ha conseguido eludir el bloqueo de las cortinas y atraviesa la habitación desgarrando la oscuridad. Me levanto y corro la pesada tela blanca, ahogando el rayo y devolviendo a la penumbra su reino sobre la estancia. Oigo la respiración lenta y pesada de una figura escondida bajo las sábanas al otro lado de la cama. Una sensación de incomodidad me inunda. Algo dentro de mí cuya forma me cuesta adivinar hace que me moleste la simple presencia de este hombre.

¿Qué es? Miro dentro de mí.

Es como un hierbajo que se esconde entre las grietas de la pared, débil e insignificante a simple vista. No lo verías al pasar si no supieras que está ahí, mientras hunde sus raíces en el cemento y se mete sinuosa entre las juntas del ladrillo. Poco a poco se extenderá por todo el muro y, sin que la veas o sepas que está ahí, lo roerá y vaciará hasta ser lo único que lo mantiene en pie. Llegará un momento en que las mismas raíces que eran una amenaza para la pared se convierten en aquello de lo que depende su misma integridad.

Eres tú.

Miro al hombre dormido. En la oscuridad intuyo la forma de su cara, su nariz, sus labios. La forma de su pecho baila rítmicamente y se recorta contra el vacío. Su pene provoca un bulto en la sábana entre los montes de sus muslos. Sus pies se mueven al ritmo de un espasmo.

Todo aquello que mis manos y mis labios recorrieron con un hambre voraz la noche anterior ahora me provoca una ligera náusea y me hace torcer el gesto. Cada uno de los detalles de esa silueta me irrita y me provoca un desagradable cosquilleo en la boca del estómago.

La misma piel que me pareció suave y cálida ahora es áspera y fría. Los labios que anoche buscaba, ahora me quemarían y levantarían ampollas.

Me siento en el suelo, en la esquina más alejada de la cama. Mi mirada cae en él, pesada y punzante, y me sorprende que su fuerza no sea suficiente para oprimirle las costillas y hacerlo despertar.

Busco a tientas en los cajones que tengo a mi izquierda, mis dedos apartan capas de ropa y topan con el fondo de contrachapado. Los dejo andar sobre la lámina y pronto encuentran el trozo de cartón recubierto de una suave película de plástico. Saco un cigarro y lo enciendo con el pequeño mechero que encerado en el paquete.

El humo araña mi garganta y baja inundando mis pulmones. El olor dulzón y seco del tabaco aparta el hedor a sudor y desodorante que él ha esparcido por la habitación. Hacía un año que no fumaba.

Me parece sentir el alquitrán ennegreciéndome por dentro. Me parece sentir las células muriendo.
Pronto me empieza a doler el pecho, pero quiero que duela, me gusta que duela. El dolor es bueno.
El hombre da un leve respingo y se pone de lado. Por un momento había olvidado que estaba ahí y vuelvo a sentirme invadido.

Su pelo rubio y corto parece gris y enfermizo en esta penumbra. Es como el moho que crece en el pan olvidado que nadie ha querido comer y ahora se esconde en un rincón de la alacena. Tu pelo era fuerte y oscuro, duro y suave al mismo tiempo. El suyo es fino y claro, débil.

Quiero que tenga tu pelo.

La sábana cae y deja su torso al descubierto. Su piel pálida y delicada se ajusta entorno al pectoral y el vello, fino y rubio, a penas visible, lo recubre como la piel de un melocotón.

Recuerdo cómo mis dedos recorrían el vello oscuro y fuerte de tu pecho, recuerdo cómo tu piel morena brillaba con el sudor que mi cuerpo le arrancaba.

Quiero que tenga tu piel.
Quiero que tenga tu vello.

Se vuelve a girar y su cuerpo mira hacia el lugar en el que estoy. El brazo le cae por el lado de la cama y una mano grande y de dedos finos se agarra a algo que no está ahí, algo que solo existe en sueños. Recuerdo tus manos de dedos gruesos agarrándose a las mías.

Quiero que tenga tus manos.

Dejo de oír su respiración pesada y constante y noto unos ojos clavándose en mí. No los distingo en la oscuridad, pero sé que son de un marrón como el de la corteza de una encina. Tus ojos grises me miran desde un recuerdo lejano.

-¿Qué hora es?-

Su voz, tranquila y aguda, me revuelve el estómago. Tu voz, grave y profunda, aún resuena en mi cabeza. Su acento, leve y atlántico, me parece destrozar cada palabra. Tu acento, incorregible y mediterráneo, daba vida a cada frase.

Quiero que tenga tu voz.

Miro los números fosforescentes del despertador, doy otra calada y suelto el humo entre palabras:

-Las siete y cuarto.-

Abraza el silencio. Sé que está intentando leer mi expresión.

-Vuelves a pensar en él.-

No lo dice enfadado, ni siquiera parece molestarle.

-No pretendo sustituirlo, no quiero ocupar su sitio.

Nadie podría ocuparlo.

-No busco reemplazarlo.-

Nadie puede.

-Me gustaría que me vieras por mí mismo.

Pero solo puedo verte a ti.

Se levanta y se acerca. Se arrodilla y pone su cara frente a la mía. Me besa y, por un momento dulce y aterrador siento tus labios. Tu mano, fría y terrosa, me acaricia la mejilla. Tus ojos, vacíos y vidriosos, me devuelven la mirada entre una cortina de tu pelo acartonado y quebradizo.

Suelto un grito y te aparto.
Suelto un grito y lo aparto.

Me mira. Me mira fijamente.

-Dame eso - se acerca y me coge el cigarro, da una calada y se sienta en la cama.

En un suspiro suelta el humo y frunce el ceño, parece que quiera decir algo pero sus labios no tengan fuerza para expresarlo. Por un instante me parece hermoso, con su pelo claro y sus ojos marrones. Por un instante dejas de existir en mi cabeza y soy capaz de ver al hombre que tengo frente a mí como algo completamente nuevo, algo aislado, algo que ocupa un nuevo lugar en mi vida en lugar de ser algo que rellena un espacio ya creado. Durante ese instante soy feliz. Pero es algo que vuelves a arrebatarme, y ese instante termina.

- Te quiero – me dice- te quiero muchísimo, pero también me quiero a mí mismo, y creo que ahora son dos cosas incompatibles.-

Siento tu mano apresándome el pecho. Tus dedos se arrastran desde un lugar oscuro en mi interior y me quitan el aire.

- Empiezo a tener miedo- baja la mirada.
-¿de qué?-

Gira la cabeza. Su cuerpo se contrae levemente, sus brazos se cierran, sus piernas se elevan, parece querer hacerse más pequeño.

- De ti- intenta mirarme –me das miedo cuando me miras de esa forma. Es como si estuvieras muy lejos, como si no me vieras a mí.-

Tiene razón.

- Tengo miedo de que me hagas daño, no solo daño emocional.-

Tiene razón.

- Si no buscas ayuda, no puedo seguir a tu lado.-

¿Cuánto más quieres quitarme?

Sin darme cuenta empiezo a llorar. Sin darme cuenta susurro.
-…no me dejes…-

Sin darme cuenta me acerco a él y lo abrazo. Me aferro a su cuerpo, apoyo mi cabeza en su hombro, respiro el olor a sudor y desodorante.

Sin darme cuenta le quiero.

Ya hace un año que te fuiste. Un año sin ti.

- Tienes que aceptar que nunca volverá.

Nunca volverás.

Nunca.

El rayo de sol que atraviesa la persiana se va moviendo a medida que pasan las horas.
Bajo mi cabeza, su pecho sube y baja al ritmo del sueño. Entre su piel y mi piel se forma una fina película de sudor. Fuera el mundo ruge. Oigo las obras en la calle, oigo a la gente hablar en alto, oigo puertas cerrándose y ventanas abriéndose, oigo pájaros aullando. Oigo vida.

La oscuridad insiste en llenar la habitación alrededor del haz de luz.

Desde un rincón me miras. Me miras con tus ojos vacíos, antaño grises. Me hablas con tu voz rasgada y seca, antaño grave y dulce.

- Nunca volveré.-


Nunca volverás.

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