dissabte, 28 de desembre del 2013

Como un zumbido incesante.

(Este relato, y este otro, ocurren en el mismo contexto. Misma historia, misma narradora)

A penas podía verlos a través de la estrecha rendija, pero se podía entender perfectamente lo que decían, a pesar del ruido de los generadores que taladraba con un zumbido incesante cada palabra que pronunciaban.
Gin estaba sentada en el suelo de hormigón, abrazada a sus rodillas. Mantenía el pelo en la cara, pero sé que miraba hacia nosotros. No creo que le importara que Sarah y yo supiéramos lo que pasaba. No creo que, en ese momento, le importara nada en absoluto.

Alan permanecía de pie en un rincón, apoyado en uno de esos generadores brillantes y cobrizos, y la miraba como… Como solía mirarte Alan. En esos momentos, sus ojos no me parecieron muy distintos de la máquina en que se apoyaba. Marrones, acerados y condenadamente fríos. Nada más que una superficie en que reflejarse la luz.

Cogimos la conversación a medias, pero era fácil entender lo que ocurría.

-…que te importe. ¡Llevo seis meses fuera! ¡Hace medio año que no nos vemos!¿Y tú reaccionas así?- Gin soltaba las palabras arrastrándolas, su forma de hablar me recordaba al sirope de chocolate: dulce, pero empalagosa. Algo que no querrías tomar todo el tiempo.
Alan no reaccionaba.
-¡Te he dicho que llevamos seis meses sin vernos!- ese grito resonó por todo el cuarto.
- Te he entendido.
- ¿Acaso no te alegras de volver a verme?
- Me gusta tenerte aquí.

La habilidad de Alan para hablar solamente con las palabras justas, no se mostraba muy útil cuando discutía.

- ¿”Me gusta tenerte aquí” es lo único que eres capaz de decirme?
- Supongo.
Alan bajó la vista al suelo. Parecía ausente. Más ausente que nunca. Era como si él formara parte del entorno, de las paredes y suelos de hormigón, de las calderas y generadores. En lugar de ser el protagonista de la escena.
-¡Seis meses!- Gin insistió con un llanto.-¡Seis putos meses lejos de ti!

Alan la miró fijamente, creo que cansado de que Gin se repitiera.
-Para mí han sido como seis días.

Por un momento el llanto cesó y los dos se sostuvieron la mirada.

Fue en ese momento. Tardé demasiado, pero lo entendí.

 Entendí que Alan había dejado de ser Alan hacía ya tiempo. El frío, la niebla, la lluvia, la nieve, la humedad… La Espina no había cambiado solamente el clima que la rodeaba. Lentamente había conseguido cambiar también aquellos que se mantenían cerca de ella. Muy poco a poco, se había ido clavando, sin que se dieran cuenta, y les había hecho sentir el peor dolor posible para un humano.

No sentir nada.

Eso también me hizo comprender que La Espina no se llamaba así por la forma que tenía, si no por el efecto que provocaba.

Por desgracia Gin también se dio cuenta de todo aquello.

Se había dado cuenta de que había perdido a Alan.

Se había dado cuenta de que había malgastado el tiempo volviendo a la casa.
Y por último, se dio cuenta de que aquellos últimos seis meses habían sido, por desgracia, los más felices en mucho tiempo.

Esa noche, Gin se durmió llorando en el sofá. La podía oír desde el piso de arriba.

A la mañana siguiente, no estaban ni ella, ni sus cosas. Nunca la volvimos a ver.
Nunca volvimos a hablar de ella.


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