(Este relato, y este otro, ocurren en el mismo contexto. Misma historia, misma narradora)
Ya estaba más que
cansada de todo eso. Fui a mi habitación y me eché en la cama. Hacía frío, como
siempre, pero no quería taparme con la manta. Supongo que, de algún modo, mi
cuerpo quería sentir lo que sentía mi mente. Una gelidez abismal. Un silencio
que devoraba todo pensamiento que me pudiera abordar.
Tras unos
minutos, oí la puerta entreabrirse. Era Dimas.
-¿Te importa que
pase?
-Adelante.
Realmente, me
importaba que pasase. No quería ver a nadie. Pero tampoco quería ser desagradable
con él. Dimas no me había hecho nada. La verdad es que tampoco había tenido
oportunidad.
Era extraño, pero
en los dos meses que llevaba viviendo en la Casa, apenas le había visto. Ni
siquiera sabía cuál era su habitación. No era una casa tan grande, pero tampoco
había preguntado a nadie. Solamente sabía que salía temprano por la mañana,
dejaba el desayuno hecho, volvía a irse, venía al mediodía sin que lo viera
para hacer la comida, y se volvía a marchar hasta que anochecía. Cada tarde lo
podía oír cerrando la pesada puerta de la verja.
Se acercó a mí y
se sentó en el suelo. Debía estar helado.
-¿Qué te pasa?
-Nada.
Fue mi respuesta
automática. No quería explicarme. ¡No debía explicarme!
-He oído cómo
gritabas a Aura.
-¿Y?
No era asunto
suyo. Era entre nosotras, no debía meterse. Nunca me ha gustado que alguien se
meta cuando discuto con una persona.
-La tratas con
demasiada dureza.
-No es cosa tuya.
-Conozco a Aura
desde hace tiempo. Es mi amiga. Si veo que alguien la trata injustamente, lo
mínimo que puedo hacer es defenderla.
-¿Y quién me
defiende a mí?
Dimas suspiró. Me
miró con esos ojos grandes y anormalmente expresivos. No parecía enfadado. Otro
lo estaría si hubiera dicho esas cosas a su amiga. Parecía más bien… ¿triste?
¿Decepcionado? Sí, decepcionado.
-No hace falta
que te defiendan cuando nadie te ha atacado.
-Deberías…-
-Déjame contarte
algo.-
No me dejó
acabar. Dios, cómo odiaba que me interrumpieran. Él siguió hablando:
-Hará medio año,
mis padres me llamaron desde la capital. Les costó establecer comunicación, ya
sabes cómo son estas cosas aquí, pero al fin pudieron contármelo. Mi abuelo
había muerto. Había pasado meses en una cama, supongo que agonizando. Yo quería
ir a verlo desde hacía tiempo, pero por una cosa u otra lo fui posponiendo.
Hasta que al final no fue necesario.- dijo esto mirando hacia otro lado,
avergonzado.-Cuando me lo contaron, tardé un poco en reaccionar. No podía creer
que hubiera muerto. Me fui a la cama y me quedé allí durante horas, medio
dormido. Hasta que algo se debió accionar en mi cabeza, y me puse a llorar. Me
inundó la rabia, me sentí desesperado. Fui al jardín, cogí un hacha y empecé a
golpear troncos, palos, el suelo, la verja… Incluso un poste de metal. Quería
sentir mi cuerpo vibrar con los golpes. Quería que me ardieran las manos, que
me dolieran. Cuando me calmé, fui a buscar mi pistola de balines,- me miró- los
que disparan esas bolitas de plástico, ¿Sabes cuáles digo?-
Asentí.
-Cogí la pistola,
me senté en la mesa del patio y empecé a hacer puntería disparando a las hojas.
Imaginé que cada hoja era un recuerdo de mi abuelo. Un recuerdo de los últimos
tiempos, cuándo casi no podía valerse por sí mismo. Disparé a esos recuerdos.
Después de un rato, Aura se sentó a mi lado y me dijo: “¿Estás bien?”-
Una vez más, me
enervó la parquedad de esa chica. No era mi recuerdo, pero igualmente me
enfadaba:
-Qué tontería
¿Cómo creía que estabas?-
Me miró con una
sonrisa.
-Eso le dije yo:
“¿Cómo crees que estoy?”. Solamente me miró y se quedó callada. Estuvo sentada
conmigo casi una hora, y no cruzamos ni una palabra.
Parecía haber
acabado su historia. No entendía nada.
-¿Esta es tu
forma de defender a Aura?
- ¿No lo has
entendido? “Estuvo sentada conmigo casi una hora”- citó sus propias palabras.
-Sigo sin comprender.-
Cerró los ojos,
volvió a suspirar, y negó con la cabeza.
- Aura no es el
tipo de personas que habla por hablar. De hecho, ni siquiera habla cuando tiene
que hablar. Para Aura, son importantes los gestos. No me dio palabras de apoyo,
no me dio abrazos y besos. Pero me dio su compañía. Todo lo que era capaz de
darme en ese momento. Y lo aprecio mil veces más que si se forzara a decir una
palabra amable.
Cap comentari :
Publica un comentari a l'entrada